sábado, 6 de abril de 2013

PREVIO PARIS-ROUBAIX

Qué difícil es plasmar con letra algunas sensaciones y momentos vividos en ciertas pruebas. Aún así quiero intentar compartir esos detalles que no se ven, los que son más difíciles de encontrar en hemerotecas del ciclismo, aquellos que solo se conocen si los vives en primera persona. Así viví yo una Paris – Roubaix:
Es domingo, poco más de las siete de la mañana. Rápida e instintivamente me dirijo a la ventana y me apresuro a subir la persiana, luce el sol, ni una nube. El día comienza muy bien. La lluvia cualquier día es molesta sobre la bici, pero en una carrera como la de hoy, es fatídica. Sé lo que me espera. Polvo, caídas, muñecas y cuerpo dolorido. Estoy nervioso por saber que voy a correr una carrera que es historia del ciclismo, un Monumento. Por otro lado se mezcla esa emoción y nerviosismo con un desasosiego por la extrema dureza a la que me voy a someter. Será un día distinto a otros, en el que influirán muchos factores, no solo el estado de forma, la preparación y la motivación.
Después de un copioso desayuno, nos vamos a la salida. El bus se abre paso como puede entre un pasillo multitudinario de gente, que intenta inmortalizar la llegada del equipo con sus teléfonos o cámaras. Les cuesta trabajo, sus manos ocupadas por álbumes y carpetas de ordenadas postales que ansían ser firmadas por cada corredor. Es cultura.
Los que hacen por primera vez la carrera, no pueden ni hablar. Pegados al cristal observan cientos de espectadores ansiosos y entusiasmados. No dan crédito al ambiente. Nada parecido a otra salida. Todo ciclista y aficionado debería vivir ese momento alguna vez. Yo ya lo había vivido, pero sigo disfrutando como si fuera mi primera vez. Nos recuerdan que no nos entretengamos en ir a firmar, tardaremos más de lo habitual en abrirnos camino hasta llegar.

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Hay silencio, nervios, empiezas a pensar: ‘comienza el ritual’. El doctor me venda las muñecas y nudillos de los dedos. Parece que nos preparamos para salir a la arena del Circo Romano. Al menos lucharemos con Espartacus (Cancellara), uno de los gladiadores más conocidos y temidos. La gente se agolpa en las puertas de los distintos autobuses para esperar a que los corredores desciendan. Estoy serio, concentrado, pensativo. Son muchas emociones.
Estoy listo, todo el equipo me despide con las mismas palabras: Animo, Fuerza “Pasa”, cuidado con las caídas. Bajo y busco mi bici, vamos a estar juntos muchas horas, terminaremos muy castigados ambos. Los dos queremos que todo salga bien. Doble cinta de manillar, cuadro para la ocasión, tubulares, presión, todo está bien. Ella está preparada… ¡Yo también!
Voy recibiendo palmadas en la espalda, gritos de ánimo, no quiero que se termine este momento. La gente te anima de forma distinta a cualquier carrera, es por algo. El espectador no regala su entrega ni apoyo, a cambio de nada. Así como así. Enfundo mis guantes con un acolchado de gel para amortiguar. Hoy todo es distinto a cualquier otra etapa, hasta los guantes. Miro el esparadrapo de mi potencia de reojo, en él tengo apuntado en qué kilómetro están y qué distancia tienen los tramos de pavé.
Suena el disparo, me santiguo como siempre, beso mis pulseras. Esto va a comenzar. Da igual a quien tengas al lado y de qué equipo sea. Solo existe una palabra en boca de todos: “suerte” “good luck man”. El griterío de ánimo es ensordecedor, bocinas, trompetas, bombos, tambores. Todo vale para despedirnos y recordarnos que hay mucha gente esperando ese día. Nada les va a defraudar.
Salgo muy bien colocado, quiero coger la escapada y seguro que se hará en la primera parte de asfalto. Nos vamos un grupo de unos 8 corredores. Wiggins empuja con fuerza. Noto como mi tubular roza más de lo normal, su presión es menor para ir más cómodo en los tramos de pave. Poco más de 1 minuto, dice la pizarra de la moto. Todos preguntamos por la emisora, ‘¿quién tira? Un equipo no ha entrado en la fuga y van a “bloque” a por nosotros. Seguimos sin mirar atrás. Casi 60 kilómetros fugados y no terminamos de irnos. Nos cogen a la entrada del primer tramo. Al menos he librado las primeras caídas y enganchones. Y he entrado muy bien colocado. En Roubaix hay que ver el lado positivo de cualquier pequeño detalle.

Apenas veo, solo el tubular del corredor que me precede. Vamos entre una nube de polvo y se mete hasta dentro, en la garganta. Respiro profundo. La velocidad y el pulso no acompañan para ir con la boca cerrada. Estaré unos días expectorando polvo. Intento aprovechar la poca tierra y verde que hay en los laterales. Tiene sus riesgos. Si tienes que esquivar algo, solo puedes salir al centro del tramo y puedes ser embestido por otros corredores. Pero en esta carrera no vamos a pensar en eso. Es supervivencia. Riesgo existe en cada tramo y vayas por donde vayas. Vamos librando averías y caídas, es lo importante.
Nos acercamos a Aremberg. Cada piedra es un fuerte llantazo en tu rueda delantera. Los gigantes y cabezudos preceden a la larga recta flanqueada por enormes árboles.Parece que te adentras en otro mundo. Cientos de personas llevan días esperando nuestra llegada, ver una nube de polvo a lo lejos como el que levantan las cuadrigas en el foso de arena, y que su adrenalina se dispare.
Las vallas están colocadas al límite del pavé, para que no podamos buscar una zona mas cómoda. Esto es Roubaix, ¿dónde creías que venías? Me pregunto. La bici apenas avanza, pero aún así disfrutas el momento. El entusiasmo y emoción de la gente y sus gritos hacen eco en medio del bosque. Los pelos de punta, jamás he visto más caravanas juntas. Es su momento, merecido sin duda.
Varias averías continuas me impiden finalizar y he de abandonar en el kilómetro 220. Aún así lo que sentí en esa carrera me quedará para toda la vida, seguro. Termino como empecé: “esta carrera es especial. Influyen muchos factores no solo el estado de forma, la motivación y la preparación”…“es difícil plasmar con letra”.